El día de ayer estuvo nublado, llovía por momentos. Hoy amaneció igual salvo hasta hace algunas horas atrás en que el sol se decidió a salir para ofrecernos un atardecer de primavera, más allá de que la temperatura todavía es baja para esta época del año. Me llama A., que viene rumbo a casa para que salgamos a tomar un helado, el plan ya lo hizo ella, accedo, necesitaba salir un poco; era eso o seguir la historia de Box pero últimamente las palabras no fluyen de forma espontánea así que lo mejor era dejarlo ahí (a los curiosos sólo les diré que al pobre Box todavía le queda sufrir un poco más en ese plano de su vida).
A. es una amiga que conocí hará un año y pico atrás. Ya en medio de la charla desliza que a uno de sus amigos que no sé qué intriga tiene conmigo (¿Celos? Ella como que me deja entreveer que el flaco le tiene ganas) le dice que soy su psicólogo, y me da gracia porque casi todas mis amigas (o hasta novias dado el caso) siempre me han dicho lo mismo; sin ir más lejos C. me decía que me había equivocado de carrera, que sí tendría que haber seguido psicología.
Supongo que la gente ve algo en mi que les facilita contarme sus cosas, y no es que me moleste, al contrario, todos los problemas que me cuentan son casi todos sobre situaciones que yo no viví, y que, en su gran mayoría no tengo ningún interés en vivirlas, pero más allá de eso siempre confían o ven un punto que antes no veían en todas las cosas que les digo. Soy como un asesor que, al contrario de lo que se pide en el mundo laboral, cuanto menos experiencia tenga en el tema en cuestión más le hacen caso.