"La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores aquella mañana..."
En la librería, que en realidad es una papelería con anexo de librería.
- Vení por acá que Mariela te va a atender en un segundo -dijo una de las vendedoras de la sección de papelería.
Me puse a ojear los libros. Muchos no había, eran más que todas novelas modernas y literatura "de verano", onda autoayuda, novelas trash y demás yerbas contemporáneas.
- Hola -me dice Mariela.
- Hola, andaba buscando un libro, pero no sé si lo tendrán. Onda que es literatura clásica y no veo muchos libros de esos por aquí.
- Decime y lo buscamos en el sistema.
Claro, los sistemas, nuestros amigos.
- "La señora Dalloway" de Virginia Woolf -disparo.
La chica se quedó atónita mirándome. De a poco se fue esbozando una sonrisa en su rostro como sabiendo algo que yo no parecía saber, miró el monitor, usó las teclas de los cursores para ir desplazándose en la lista de libros, siempre buscando a la Señora Dalloway con su amigo el sistema.
Se reía tímidamente, me miraba, sonreía, bajaba nuevamente la vista al monitor. "Bueno, aquí pasa algo", pensé. Me miré la bragueta del pantalón. Todo en orden por ese lado. ¿Entonces qué?
- Mirá, me río -dijo- porque creo que yo me compré el último ejemplar que quedaba la semana pasada.
- ¡Ja! ¡Me ganaste de mano! -respondí con cara de idiota.
- ¿Qué casualidad no? -acotó sonriendo.
"Las casualidades no existen nena, todo es causa y efecto...", pensé, entre otras muchas cosas que le podría haber dicho en aquel instante, pero por supuesto, como me caracteriza, como un tonto, me fui de allí sin decir nada y eso, precisamente eso, es lo que constituye otra de las tantas diferencias entre otros hombres y yo.
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