Había llegado a Madrás, como huésped de la Casa de Gobierno, el señor Douglas Ainslie (Sr. Grant Duff), un aristocrático caballero inglés, de 70 años de edad, sobrino de un ex Gobernador de Madrás, escritor y poeta, agregado de la Delegación Británica en Atenas, París y La Haya. Vino a ver al Maharshi con una carta de presentación de Paul Brunton. Al día siguiente volvió y permaneció poco menos de una hora en la sala. Esos dos días prácticamente no hubo intercambio de palabras, sólo la mirada encontró a la mirada. Sus hábitos son abstemios; permanece sin alimento de ningún tipo hasta la una de la tarde y entonces almuerza; se dice que toma café y galletas por la noche y que se retira sin más alimento. Se ha mantenido soltero, camina unos kilómetros a diario con el estómago vacío, habla poco y es muy agraciado en sus movimientos. Su voz es baja y suave, y sus palabras parecen venir del corazón. Tiene amigos, entre los cuales podrían contarse al extinto Sir John Woodroffe, Sir Sarvepalli Radhakrishnan y al señor Thomas, profesor de sánscrito en la Universidad de Oxford. Expresó un deseo de escuchar los Vedas. El lunes llegó una carta de Riga y las preguntas contenidas en ella coincidían con las preguntas que el visitante europeo había formulado sobre la existencia de las almas de los difuntos y sobre cómo servirlas mejor.
Se le leyó la respuesta enviada a Riga. En su presencia se repitieron cantos de La Verdad Revelada, del Maharshi, y los Vedas. Él consideró magníficas las recitaciones. Volvió la tarde siguiente, y para asombro de los demás, la noche anterior tuvo una experiencia que repitió al Maharshi. Fue que había visto algo como una luz eléctrica dentro de sí mismo en el centro del corazón, en el lado derecho. Además, agregó que había visto al sol brillando por dentro. El Maharshi sonrió un poco y entonces hizo que se le leyera una traducción del Atmavidya (El Conocimiento del Sí mismo), donde está el dicho críptico de que la realización consiste en llegar al Atman (el Sí mismo) que es la expansión de la consciencia (chidvyoman), para distinguirla de la mente, que es la expansión de chittavyoman. Esta explicación llamó la atención del visitante.
Al hablar de éste, el Maharshi observó después: «Piensen en un anciano de setenta años que no eligió vivir apaciblemente en su propia casa, con los ingresos que había ganado. Cuan intenso ha sido su fervor que ha dejado su país natal, se ha atrevido a emprender un viaje por mar de nueve mil kilómetros, y ha afrontado las penalidades de largos viajes por tren en un país extraño, ignorante de la lengua, sufriendo las vicisitudes de una vida solitaria, sometiéndose a las inclemencias de un clima tórrido, en ambientes que no le son familiares ni acostumbrados. Podía haber sido feliz en su propia casa. Es su anhelo por la paz interna lo que le ha traído aquí».
¡Es exactamente así! Las gentes dicen que la intensidad de su fervor se revela por sus experiencias de iluminación aquí dentro de los cuatro días consecutivos a su llegada.
En lo que concierne a la pregunta sobre las almas de los difuntos, mientras un hombre se identifique con su cuerpo grosero, el pensamiento materializado como manifestaciones groseras debe ser real para él. Debido a la imaginación de que su cuerpo ha sido originado de otro ser físico, el otro existe tan verdaderamente como su propio cuerpo. Habiendo existido aquí una vez, ciertamente sobrevive a la muerte, debido a que la descendencia está aún aquí y siente que ha nacido de ese otro. Bajo estas circunstancias, el otro mundo es verdadero; y las almas de los difuntos se benefician de las plegarias que se ofrecen por ellos. Por otra parte, considerado de una manera diferente, la Única Realidad es el Sí mismo de quien ha brotado el ego que contiene dentro de sí mismo las semillas de las predisposiciones adquiridas en nacimientos anteriores. El Sí mismo ilumina el ego, las predisposiciones y también los sentidos groseros, de modo que las predisposiciones aparecen a los sentidos como si se hubieran materializado como el universo, y devienen perceptibles para el ego, el reflejo del Sí mismo. El ego se identifica con el cuerpo, y así pierde la visión del Sí mismo, y el resultado de esta inadvertencia es la oscura ignorancia y la miseria de la vida presente. El hecho de que el ego surja del Sí mismo y que lo olvide es el nacimiento. Así pues, puede decirse que el nacimiento del individuo ha matado a la madre. El deseo presente de recuperar a la propia madre es, en realidad, el deseo de recuperar al Sí mismo, que es lo mismo que realizarse a uno mismo (iluminación), o la muerte del ego; esto es entregarse a la madre, para que ella viva eternamente.
El Maharshi leyó entonces, de la versión tamil del Yoga Vasistha, la historia de Dirga Tapasi, que tenía dos hijos, Punya y Papa. Después de la muerte de los padres, el menor se lamentaba de la pérdida, mientras el mayor le consolaba como sigue: «¿Por qué lamentas la pérdida de nuestros padres? Yo te diré dónde están; están sólo dentro de nosotros mismos, y son nosotros mismos. Pues la corriente de la vida ha pasado a través de innumerables encarnaciones, nacimientos y muertes, placeres y dolores, etc.; de la misma manera que la corriente de agua de un río fluye sobre rocas, hoyos, arenas, elevaciones y depresiones en su curso y, sin embargo, la corriente no es afectada por ello, así también, los placeres y dolores, los nacimientos y las muertes, son como ondulaciones en la superficie de esa apariencia de agua en el espejismo del ego. La única realidad es el Sí mismo, desde donde aparece el ego que corre a través de los pensamientos que se manifiestan como el universo, y en el que aparecen y desaparecen las madres y los padres, los amigos y los parientes. Ellos no son nada sino manifestaciones del Sí mismo, por lo que los padres de uno no están fuera del Sí mismo. Así pues, no hay ninguna razón para lamentarse. Apréndelo, realízalo, y sé feliz».
2 comentarios:
Hola gordi, mil años de perdida pero acá estoy de vuelta.
Un beso enorme
carito
Hola linda, ¿cómo va eso?
Un beso!
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